Los algoritmos están por todas partes, organizando los datos casi ilimitados que existen en nuestro mundo. Derivados de cada una de nuestras búsquedas, me gusta, clics y compras, los algoritmos determinan las noticias que recibimos, los anuncios que vemos, la información a la que tenemos acceso e incluso quiénes son nuestros amigos. Estas complejas configuraciones no sólo forman el conocimiento y las relaciones sociales en el mundo digital y físico, sino que también determinan quiénes somos y quiénes podemos ser, tanto dentro como fuera de Internet.
Los algoritmos nos crean y nos recrean, utilizando nuestros datos para asignar y reasignar nuestro género, raza, sexualidad y estatus de ciudadanía. Pueden reconocernos como celebridades o marcarnos como terroristas. En esta era de vigilancia omnipresente, la recopilación de datos contemporánea implica algo más que recabar información sobre nosotros. Entidades como Google, Facebook y la NSA también deciden qué significa esa información, construyendo nuestros mundos y las identidades que habitamos en el proceso.
Tenemos poco control sobre lo que somos algorítmicamente.
Nuestras identidades no son útiles para nosotros, sino para otros.
(John Cheney-Lippold, 2017)