En la travesía por descolonizar las tecnologías, nos topamos con la resistencia contra la obsolescencia programada. Este fenómeno no solo es un asunto de durabilidad, sino una cuestión de soberanía sobre nuestras posesiones tecnológicas. Muchos dispositivos modernos, impulsados por software privativo y diseños que desalientan la reparación, están concebidos con una fecha de caducidad programada. Este enfoque no solo niega a los usuarios el derecho a mantener y reparar sus dispositivos, sino que también contribuye al problema ambiental y perpetúa la brecha digital.
El software privativo, que limita la capacidad de modificar y reparar, se convierte en un obstáculo para extender la vida útil de nuestros dispositivos. Las restricciones impuestas por las empresas a menudo impiden que los usuarios realicen reparaciones independientes o actualicen componentes esenciales. Este fenómeno va en contra de la lógica del software libre, que busca empoderar a los usuarios y garantizar la longevidad de los dispositivos.
Además, el diseño de objetos tecnológicos que no está hecho para ser reparado agrava el problema. Piezas irreparables, componentes pegados sin posibilidad de reemplazo y la falta de acceso a repuestos contribuyen a la creación de dispositivos desechables. Esta mentalidad de “usar y tirar” no solo genera un desperdicio masivo, sino que también impulsa la constante adquisición de nuevos dispositivos, alimentando así el ciclo de consumo insostenible.
Este problema no solo tiene consecuencias ambientales, sino que también perpetúa la brecha digital. Aquellos que no pueden permitirse la constante renovación de dispositivos quedan rezagados en la tecnología, creando una disparidad en el acceso a las herramientas digitales esenciales para la participación plena en la sociedad moderna.
La lucha contra la obsolescencia programada es, por tanto, una batalla por la autonomía tecnológica, la sostenibilidad ambiental y la equidad en el acceso. Al exigir diseños más reparables, promover la legislación contra la obsolescencia programada y optar por dispositivos con enfoques más sostenibles, contribuimos no solo a la preservación de nuestros derechos, sino también a la construcción de un entorno tecnológico más ético y equitativo.