Teóricos contemporáneos (por ejemplo, Cathy O’Neil en su libro Weapons of math destruction (2017) o John Cheney-Lippold, J. en su libro We Are Data: Algorithms and The Making of Our Digital Selves (2017)) consideran que la data que se recolecta en la actualidad simula las formas de colonialismo tradicionales, en las que compañías poderosas extraen valor de los individuos sin que ellos tengan control de lo que se hace con esto o conozcan a profundidad los usos que se le da. El colonialismo de datos tiene una geografía distintiva. Al igual que el colonialismo histórico, este es global en sus ambiciones, pero, penetra en las condiciones de vida de los individuos de todas las sociedades, dondequiera que se encuentren y están siendo remodeladas en torno a las infraestructuras digitales y a la conectividad ubicua (Couldry y Mejías, 2019).
La expansión del colonialismo de datos es, por tanto, tanto externa (geográfica) como interna (social) y se da en mercados y contextos tanto liberales como autoritarios. Esto significa que la extracción de los datos crea nuevas formas de injusticia a través de varios medios, como la ruptura de las fronteras entre lo público y lo privado y la explotación del trabajo humano que sostiene la maquinaria de gestión de datos (que se relaciona directamente con el hecho de que todas nuestras actividades se recolectan y se utilizan para fines empresariales). En este sentido exploramos algunas consecuencias puntuales de este fenómeno: la vigilancia como consecuencia de la constante extracción y las nuevas formas de producción de materia prima.